Un equipo arbitral no es la suma de varios árbitros, sino
una interacción que crea algo nuevo, una colaboración para la consecución de un
objetivo común – el control del juego - tratando de que el resultado sea más
que la suma de las partes. Para alcanzar dicho objetivo, los miembros deben
contar con los necesarios conocimientos técnicos y condiciones físicas pero
también debe crearse un clima en el cual todos los miembros estén dispuestos a
trabajar para el equipo de forma armoniosa.
Cada uno de los miembros debe ser consciente del funcionamiento
del equipo para conocer la misión que tiene encomendada, lo que resulta más
difícil de organizar que en un equipo de fútbol tradicional al no existir la
figura coordinadora del entrenador.
El equipo arbitral interactúa en un entorno cuya
principal característica está en una acción sin pausa: dos equipos que pasan
continuamente de estar organizados en situación de ataque - una configuración
abierta, tratando de ampliar el espacio para poder desplazar el balón e
incrementando la posibilidad de pase - a colocarse para defender – adoptando
una configuración cerrada, achicando los espacios y propiciando la recuperación
del balón - tan pronto como el equipo contrario
consigue apoderarse del mismo. Los
equipos actúan como si se tratara de un ejercicio de respiración, expandiéndose
y contrayéndose sucesivamente a lo largo de todo el partido, obligando al
equipo arbitral a adaptarse permanentemente al cambiante entorno, en la mayoría
de las ocasiones a gran velocidad y en constante estado de tensión.
La disparidad y el elevado número de posibles situaciones
a observar y juzgar por un equipo arbitral a lo largo de un encuentro de fútbol
hacen imposible que sus miembros tengan previamente estudiada la acción a
realizar o la decisión a tomar. Sin embargo, mediante el entrenamiento y la
comunicación previa, determinadas situaciones pueden preverse con antelación y
el equipo arbitral puede preparar la respuesta adecuada, por ejemplo, la
situación de cada uno de sus miembros en una circunstancia concreta del juego,
o la identificación del miembro que se responsabiliza por controlar determinado
evento.
Durante el transcurso del encuentro, los miembros del
equipo arbitral permanecen en contacto, los de las categorías superiores
mediante equipos de intercomunicación, por medio de señales y gestos los de
categorías inferiores, siendo dicha comunicación – mantenida a distancia,
mediante señales corporales y/o verbales - fundamental para el desempeño de la
labor encomendada. Entender el mensaje de otro compañero, comprender lo que se
espera de uno, es únicamente alcanzable en la medida en que exista un alto
grado de empatía entre los integrantes del equipo arbitral.
Uno de los elementos necesarios para la existencia de la
empatía es el entrenamiento previo; otro, fundamental, es la experiencia, es
decir, las veces que los integrantes han trabajado en equipo anteriormente, ya
que, tomando como base anteriores respuestas a determinadas situaciones, cada
miembro sabe cómo va a responder su compañero, prácticamente de forma
intuitiva. Equipos arbitrales cuyos componentes actúan juntos de forma habitual
consiguen automatizar en gran medida sus acciones y obtienen mejores
resultados.
Sin embargo, la esencia misma del juego requiere que
exista una autoridad que determine de forma fehaciente cuando un lance del
juego es acorde con las normas establecidas (el reglamento) o contrario a las
mismas. La diferencia básica entre “hacer deporte” y “competir” es que, en el
primer caso, los practicantes no están sujetos a unas reglas determinadas –
pueden correr, hacer gimnasia, entrenar en un gimnasio o en la playa - mientras
que para “competir” los participantes se someten a unas normas aceptadas de
antemano y a la autoridad que aplica dichas normas (el árbitro).
Algunos deportes contemplan la participación de varios
árbitros, en unos casos con similares atribuciones – o muy parecidas – por
ejemplo, el baloncesto, y en otros bajo la figura del árbitro único, auxiliado
por otros árbitros con diferentes atribuciones y responsabilidades, caso del
fútbol y el rugby.
De esta forma, dentro del equipo arbitral en el fútbol,
no todos los miembros tienen iguales responsabilidades ni cometidos; existe una
jerarquía claramente establecida y generalmente aceptada. Cuando la persona que
ejerce dicha autoridad (el árbitro) no lo hace de manera adecuada, es decir, en
la forma esperada por los demás, actúa de forma irresponsable y propicia la
aparición del caos.
Desde hace un tiempo, en los encuentros de categorías
superiores, el equipo arbitral ha aumentado el número de sus miembros por la
aparición de la figura del cuarto árbitro, el cual tiene encomendado, entre
otras funciones, el control del comportamiento de los jugadores, técnicos y
oficiales sentados en los banquillos. En los encuentros de categorías
inferiores, dicho control lo realiza el asistente que corre la banda más
próxima a los banquillos.
La permanente atención de un miembro del equipo arbitral
sobre el comportamiento de las personas sentadas en los banquillos, o en pie
dando instrucciones a los jugadores, provoca que sea muy habitual la llamada al
árbitro para informarle de alguna protesta o comportamiento incorrecto. Al
aproximarse el árbitro, el cuarto árbitro o el asistente le informa sobre lo
acontecido y el árbitro, como máxima autoridad en el campo, adopta las medidas
disciplinarias que considera convenientes. En esta situación, el asistente debe
tener claro que su responsabilidad se limita a informar al árbitro de los
hechos, sin entrar a calificarlos ni a dar su opinión sobre las medidas que
deba tomar el árbitro; actuar de forma diferente, es decir, sugerir o indicar
al árbitro la medida a tomar, supone una presión adicional para el propio árbitro,
quebranta su autoridad frente al mismo y frente a terceros que puedan oír la
conversación, y rompe la armonía entre los miembros del equipo arbitral.
Una conversación previa al inicio del encuentro entre los
miembros del equipo arbitral debe establecer, de forma coordinada entre ellos,
las responsabilidades de cada uno, evitando situaciones como la descrita que no
sirven más que para dificultar una labor ya de por sí complicada.
Carlos A. Bacigalupe
Abril 2013