Una de las consecuencias del enorme poder
mediático y económico que ha alcanzado el fútbol actual es la necesidad
imperiosa que tienen los clubes y, en consecuencia, los jugadores y técnicos
que los representan en el campo, de ganar. Perder una categoría tiene un
impacto económico muy grande, ya sea por la desaparición de indispensables derechos
de retransmisión de partidos por la televisión, o por la imposibilidad de hacer
frente a los costes de plantilla de jugadores en competiciones inferiores, lo
que puede llevar a la desaparición del propio equipo. Urgidos por dicha presión, la respuesta de jugadores,
técnicos e, incluso, directivos de los clubes es hacer uso de todas las
herramientas a su alcance, aunque algunas de ellas estén en el límite de lo
permitido por el reglamento; el “ganar como sea” se ha convertido en una norma
que abre la veda a cualquier tipo de artimaña, treta o marrullería,
especialmente en las últimas jornadas del campeonato.
El problema se agudiza cuando, siguiendo
el modelo de las actitudes mostradas por los jugadores de los grandes equipos,
jugadores de categorías inferiores o en etapa de formación adoptan similares
maneras en sus propias competiciones. Es suficiente que un jugador de primera
división repita un determinado gesto o lleve a cabo determinada acción para
que, al cabo de unas semanas, dicho gesto sea habitual en los encuentros de
categoría juvenil. Por lo tanto, es fundamental que el comportamiento mostrado
por los jugadores de las principales ligas sea ejemplar, ya que sirve de modelo
a otros jugadores y tiene un efecto de educación entre el público en general.
Uno de los medios al alcance del equipo
dispuesto a llegar al límite permitido por el reglamento es tratar de influir
en las decisiones del árbitro del partido, con el objeto de que éstas le sean
beneficiosas, ya sea mediante el endurecimiento de la sanción al contrario (a
pesar de estar castigado por el reglamento, es común ver como los jugadores
gesticulan frente al árbitro exigiendo que el adversario sea amonestado o
expulsado), o tratando de confundirlo fingiendo mayor gravedad en las faltas
recibidas o simulando faltas inexistentes, especialmente en situaciones que
pueden llevar al árbitro a indicar un penalti a favor de su equipo.
La reiteración de este tipo de
simulaciones, y su posterior evidencia a través de las imágenes de televisión,
ha llevado a determinados organismos, por ejemplo a la Premier League, a
considerar la posibilidad de sancionar posteriormente a los jugadores que, de forma deliberada para obtener un beneficio
propio o un perjuicio para el adversario, han engañado al colegiado durante el
juego. Dichas sanciones post-partido serían, asimismo, aplicables en casos de
agresión disimulada por parte de un jugador a otro, acto que deja en evidencia
la cobardía del jugador que lo realiza y su mala fe, ya que tiene buen cuidado
de que el árbitro no pueda percibir su
innoble acción. Sin embargo, en una
polémica decisión, recientemente la federación inglesa de fútbol (FA) resolvió
no revisar las situaciones conflictivas en el caso de que alguno de los
árbitros sobre el campo pudiera haber contemplado dicha acción.
Otro aspecto infravalorado es el impacto
emocional que sufre el propio árbitro cuando, una vez finalizado el encuentro,
comprueba por las imágenes de televisión que, engañado de forma deliberada por
un determinado jugador, ha tomado una decisión equivocada. La innegable frustración, comprensible desde el punto de vista de la persona que puso todo de su parte para
realizar la labor encomendada de la mejor forma posible y verifica su error por
la premeditada acción de un tercero, puede conducir a una determinación
drástica: no tomar en el futuro decisiones similares a menos que se trate de
situaciones fuera de toda duda. El sentimiento de indignación por haber sido
objeto de burla por parte del jugador tramposo, puede igualmente provocar un
deseo inicial de venganza en el próximo partido en el que árbitro y jugador
coincidan, aumentando la gravedad de una situación iniciada por un jugador que
considera que “ganar a cualquier coste es aceptable”, sin valorar las
consecuencias negativas para el club adversario o para el equipo arbitral.
Por otro lado, la simulación mencionada
por parte de un jugador no es la única estrategia utilizada para tratar de
influir en las decisiones del árbitro o sobre el desarrollo del partido.
Desgraciadamente, es común ver en las principales ligas españolas como
determinados jugadores protestan de forma continuada las decisiones del
árbitro, ya sean éstas en contra de su equipo, o a favor del mismo, solicitando
en el segundo caso un castigo adicional para el jugador adversario. En la
mayoría de los casos, se trata siempre de los mismos jugadores (los “Pepito
Grillo”) quienes, siguiendo una estrategia previamente diseñada, se mantienen
en constante alerta para presionar al árbitro en cuanto la ocasión se presente,
aunque para ello tengan que correr decenas de metros. La elección de los
jugadores no es casual; se suele incluir al capitán – aun cuando el reglamento
no le confiere ningún permiso para la protesta, encomendándole, por el
contrario, la obligación de colaborar con el árbitro – y a jugadores que, por
su prestigio o reconocimiento público, disfruten de una potencial mayor
condescendencia por parte del árbitro.
Asimismo, es habitual presenciar cómo algunos
jugadores tratan de llevar el partido por los cauces que sus equipos estiman
más convenientes para sus intereses, por ejemplo, haciendo constantes faltas,
simulando sufrir agresiones, o escenificando graves lesiones, con el objeto de
cortar el juego, haciendo que transcurra el tiempo sin que el equipo adversario
pueda ejecutar su estrategia. Estos jugadores, que podríamos denominar
“tóxicos”, tienen como misión lograr su antideportivo objetivo de cualquier
manera, sin importarles la estafa que dicha actitud supone para los
espectadores, el equipo adversario, o la negativa imagen que se traslada a los espectadores de otros países que reciben la señal por televisión.
Simulación, engaño deliberado, protestas
tumultuosas y constantes, estrategias antideportivas, todas estas actitudes
afectan muy negativamente al fútbol (difícil ver casos similares en otros deportes)
y su erradicación está en la mano de los comités, mediante las oportunas y
ejemplarizantes sanciones post-partido, no siendo justo ni recomendable dejarlo
todo en manos del árbitro del partido, uno de los principales perjudicados por
las mismas.
Carlos A. Bacigalupe
Febrero 2014