Correr, trotar, desplazarse...
Es una realidad indiscutible que, para interpretar
adecuadamente una jugada, el árbitro debe estar ubicado cerca del lugar donde
ésta tiene lugar. Por lo tanto, teniendo en cuenta que el fútbol actual se
juega a una gran velocidad, resulta imprescindible que los árbitros disfruten
de una preparación física similar a la de los mismos jugadores.
Sin ninguna duda, cada árbitro, al igual que sucede con
cualquier deportista de élite, tiene sus propias características físicas que
requieren un tipo de entrenamiento diferente para alcanzar su máxima
efectividad, tanto en el aspecto de la obtención del necesario fondo físico
como en la velocidad de desplazamiento.
No hace falta retroceder muchos años para recordar a
grandes árbitros que, cerca ya del final de sus carreras y con sus facultades
físicas limitadas, dirigían los encuentros de forma correcta sin apenas moverse
del centro del campo, haciendo uso de unas habilidades extraordinarias de
colocación y anticipación obtenidas a lo largo de años de experiencia. Sería
fácil confeccionar una lista de ejemplos, pero nos limitaremos a citar al
yugoslavo Miroslav Gugulovic como exponente de un excelente árbitro que
mantenía el control del juego sin apenas desplazarse del centro del campo.
Obviamente, en el fútbol actual ese tipo de arbitraje
resultaría difícil de poner en práctica, ya que las estrategias son diferentes,
las jugadas mucho más rápidas y, no es un asunto menor, la existencia de
múltiples cámaras de televisión captan, para todos menos para el propio
árbitro, los detalles más pequeños de cada lance, dejando en evidencia los
errores de apreciación.
El árbitro tiene que estar preparado para correr durante
todo el encuentro y, en muchas ocasiones, distancias más largas que las que
recorren los propios jugadores, cubriendo entre ocho y doce kilómetros cada
partido. Asimismo, su forma física debe permitirle soportar el ritmo del
encuentro de manera que pueda valorar cualquier jugada sin que el agotamiento
físico afecte a su capacidad de interpretación.
Hoy en día existen colegiados que están muy bien
preparados físicamente y que, siguiendo las directrices recibidas de sus
instructores, trazan, una y otra vez, diagonales perfectas en un tiempo mínimo,
sin dar muestras de cansancio. Sin embargo, a pesar del esfuerzo y desgaste
físico sufrido, en muchas ocasiones están lejos de la jugada y da la impresión
de que corren porque tienen que correr, con el único objetivo de que el
informador no penalice ese apartado en su informe.
Y es que, una cosa es correr, otra diferente es trotar y
otra, mucho más difícil de conseguir, desplazarse por el campo acompañando al
juego. Correr velozmente para ocupar una posición determinada es importante,
pero no es el objetivo que se persigue. Trotar de forma cansina y llegar tarde
a todas las jugadas tampoco se considera
un éxito.
En resumen, cuando un árbitro adquiere, mediante el
entrenamiento y la observación de aquellos colegas que lo practican de forma
correcta, la habilidad para desplazarse con el juego de forma natural, sin
espectaculares carreras, alcanza una destreza que le ayuda a definir su estilo
personal, le facilita la correcta dirección del encuentro y potencia sus posibilidades
de promoción en el arbitraje.
Observar la actuación de un colegiado que se desplaza con
naturalidad por el campo, integrado de forma armoniosa con el flujo del juego, pone de manifiesto su categoría arbitral.
Carlos Bacigalupe
Noviembre 2011