El
“arbitraje preventivo”
No resulta extraño que, en algunos encuentros de
categoría regional en los que existe una gran rivalidad por la proximidad de
las localidades de residencia de los equipos, se presenten circunstancias como
la que tuve la oportunidad de presenciar hace unos años.
Desde el mismo inicio del encuentro, dos jugadores empezaron
a darse los típicos empujoncitos, codazos, a hablar entre ellos en plan
desafiante y retador, lo que dejaba adivinar que tenían entre ellos rencillas
anteriores y deseaban ajustar sus cuentas.
Transcurridos unos minutos, tras varios incidentes, el
árbitro ya se había dado cuenta de la situación y, en un par de ocasiones, les
había llamado la atención sin pasar a mayores, limitándose a señalar la falta
cuando alguna de las acciones era demasiado descarada, pero siempre cuando disputaban
el balón, por lo que todo quedaba como un simple lance del juego.
Finalmente, la situación se fue agravando tras una serie
de mutuas entradas fuertes y por la consecución de un gol por uno de ellos, lo
que provocó la burla de uno y la furia del otro.
El resto de los jugadores de ambos equipos habían
percibido una cierta permisividad en la actitud del árbitro en lo que se
refería a las entradas con fuerza excesiva y el juego comenzó a endurecerse,
por lo que el árbitro se arriesgaba a perder el control del partido.
Llegado un momento, sin estar el balón entre ellos, uno
de ellos apareció en el suelo acusando al otro de haberle agredido y los
jugadores de ambos equipos rodearon al árbitro exigiendo que expulsara al
agresor. Como, además, el hecho había ocurrido en el área de penalty mientras
el juego estaba en otra zona del campo y el árbitro asistente no había podido
ver con claridad la acción, la situación se complicó y supuso una grave tensión
hasta el final del encuentro.
El árbitro advirtió la situación desde el inicio, pero no
pudo, o no quiso, o no supo, cortarla de raíz y se dedicó a contemporizar... al
final, el asunto se le fue de las manos y se encontró con un grave problema que
resolver.
Tiempo después, pude contemplar una situación muy similar
en otro encuentro, con dos jugadores empezando su particular “ajuste de
cuentas”.
Desconozco si, en este segundo caso, en el proceso de
preparación pre-partido, el árbitro había obtenido información previa respecto
a los jugadores conflictivos de ambos equipos, o si estaba al tanto de antiguas
disputas entre ellos, pero la verdad es que su forma de actuar resultó bastante
efectiva.
Tras producirse los primeros rifirrafes, cuando el juego
que se estaba desarrollando en una parte lejana del campo se interrumpió por el
saque de una falta, el árbitro indicó al lanzador que esperara a su señal,
cruzó corriendo el campo hasta llegar a la proximidad de los dos contendientes
problemáticos y, de forma totalmente inesperada para ellos y para el público,
les mostró a ambos de forma ostensible el reloj que llevaba en su muñeca.
Los dos jugadores que esperaban, con los brazos en jarras
y murmurando que no habían hecho nada y que era el otro quién estaba
molestando, el típico sermón, quedaron completamente sorprendidos cuando les
dijo señalando el reloj:
“mirad, llevamos 7 minutos de juego y, como tengo
muchas cosas de las que ocuparme en los 83 minutos que quedan, no voy a perder
mucho tiempo con vuestras tonterías así que, por favor, pensar ahora si vais a
dedicaros a jugar o si, por el contrario, vais a continuar creando problemas.
Yo os estaré vigilando los próximos minutos así que sabré vuestra decisión y,
como no voy a perder el tiempo, os vais los dos a la ducha y seguís vuestras
discusiones allí...”
Acto seguido, le hizo una señal al árbitro asistente más
próximo, señalando a los dos jugadores e indicándole que no les quitara ojo de
encima y, antes de que pudieran abrir la boca, les tocó a ambos de forma
amistosa en el brazo con una amplia sonrisa y salió corriendo hacia el lugar
desde el que iba a sacarse la falta que había señalado con anterioridad.
El resto del encuentro transcurrió con normalidad, sin
ninguna rencilla entre ambos jugadores. De hecho, quedaron tan sorprendidos y
se comportaron tan bien que ni siquiera fueron amonestados.
En realidad, visto desde la tribuna, con su ingeniosa
actitud, el árbitro había conseguido varios objetivos:
1. Hizo pública a todos los presentes la situación y su
evidente advertencia, ya que se dirigió a los dos jugadores a la vez, de forma incuestionable.
La disputa subterránea que pretendían ambos jugadores quedó al descubierto y,
cada vez que se aproximaba el balón a su zona de juego, los ojos de público y
técnicos estaban sobre ellos, expectantes para ver lo que ocurría.
2. Los jugadores tomaron nota de que el árbitro no iba
perder el tiempo ni andarse con chiquitas tras la advertencia pública; además,
la estrecha vigilancia del árbitro asistente, les convenció de que, en caso de
reincidir en sus marrullerías, podían estar seguros de ver una tarjeta a las
primeras de cambio y posiblemente ir a la ducha antes de tiempo.
3. Por último, los entrenadores vieron que el árbitro estaba
al corriente de la situación y que, si sus jugadores continúan por ese camino,
no iban a terminar el partido en el campo, por lo que tomaron las medidas
necesarias para sustituirlos en caso necesario antes de que fueran expulsados.
No fue necesario, ya que la actitud de ambos jugadores
cambió por completo, pero a la vista de la actuación del árbitro a ninguno de
los presentes le cupo ninguna duda de que hubiera cumplido su amenaza sin
titubear.
En realidad, resultó una buena lección de “arbitraje
preventivo”; el árbitro identificó rápidamente el potencial problema y puso las
medidas necesarias para su solución; si no se puede reconducir la situación, lo
mejor es expulsar a los dos jugadores conflictivos en cuanto existan motivos
para ello; no tienen intención de jugar
y todo lo que van a provocar son muchas y graves complicaciones.
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