jueves, 11 de agosto de 2011

Eligiendo bando

Recientemente, he tenido la oportunidad de ver la película “Taking Sides” (Dtor. Istvan Szabo, 2000), título que podría libremente traducirse por “Eligiendo bando”. Sobre un fondo de música de Beethoven y Schuber, se relata una supuesta investigación sobre el director de orquesta alemán Wilhelm Furtwängler llevada a cabo por las autoridades militares estadounidenses en Berlín, tras el final de la II guerra mundial en Alemania, con el objeto de averigüar si el citado director era miembro del partido nazi y, en consecuencia, merecía ser llevado a juicio.

El mayor estadounidense que dirige la investigación, Steve Arnold (interpretado por Harvey Keitel), está convencido de que el director de orquesta ha participado de forma voluntaria con las autoridades nazis, aún cuando todos los interrogatorios que realiza a antiguos miembros de la orquesta indican lo contrario. Su planteamiento, influenciado por las directrices previas recibidas de sus superiores, es que el famoso director de la Filarmónica de Berlín colaboró de forma voluntaria con los nazis, participando en sus celebraciones e, incluso, dirigiendo a la orquesta cuando interpretaba a Beethoven y Wagner en una fecha tan simbólica como el 20 de abril de 1943, cumpleaños del Führer, Adolf Hitler.

Uno de los argumentos aportados por el mayor Arnold es una fotografía en la que el Führer da la mano afectuosamente al director, felicitándole por la interpretación; sin embargo, varios de los músicos de la orquesta confirman que no se trataba del concierto del día del cumpleaños, sino de la fecha anterior (19 de abril) y que el director, en prueba de su antagonismo con el régimen nazi, no realizó frente al Führer el saludo ritual nazi (brazo en alto) recurriendo, para evitar hacerlo y siguiendo la sugerencia de uno de sus violinistas, a la argucia de mantener su mano derecha ocupada por la batuta con la que había dirigido a la orquesta.

En el interrogatorio, Wilhelm Furtwängler confiesa que se vió obligado a participar en el evento, ya que los trucos que había utilizado con anterioridad para evitar actuar frente a los nazis - por ejemplo, obtener falsos certificados médicos alegando enfermedad - no le habían servido en esta ocasión, puesto que los nazis hablaron con sus médicos ántes del concierto y les amenazaron en el caso de que cooperaran con él, ya que Hitler había mostrado especial interés en que la Filarmónica fuera dirigida por su director favorito, es decir, el propio Furtwängler.

Durante el transcurso de los interrogatorios y gracias a las pistas sugeridas por un antiguo miembro de la orquesta, surge una posible artimaña utilizada por los nazis para convencerle de que dirija la orquesta: la amenaza de que, en el caso de que él rechazara hacerlo, sería su joven y brillante competidor, Herbet von Karajan, quién lo haría, extremo que el doctor Furtwängler no podía permitir bajo ninguna circunstancia.

En este sentido, es significativo un gesto que se observa, repetido, al final de la película; se incluyen una imágenes originales del momento en el que Hitler da la mano al auténtico Furtwängler – quién no levanta el brazo haciendo el saludo nazi en ningún momento – y el acto nervioso de limpiarse la mano derecha discreta y repetidamente con un pañuelo que llevaba en su mano izquierda tras el apretón de manos con el Führer, como si quisiera simbólicamente limpiarse de la indignidad o vergüenza que le había supuesto dicho contacto.

Sin embargo, lo que se trasluce de los diálogos entre el mayor estadounidense y el director de orquesta, así como de la convivencia del mayor con sus ayudantes de origen alemán, es el concepto de culpabilidad común del pueblo alemán con respecto a las atrocidades cometidas por los nazis. Una y otra vez, el mayor Arnold observa imágenes de la entrada de las tropas estadounidenses en los campos de concentración y el enterramiento masivo de los cadáveres de sus víctimas, acumulando un rencor que le induce a preguntar a los alemanes que interroga simplemente ¿porqué no se marcharon de Alemania en 1934, como hicieron muchos otros alemanes?. En su razonamiento, permanecer en Alemania – es decir, su propio país – implicaba aceptar y compartir el ideario nazi y las acciones posteriores. 

Parece fácil juzgar, desde la confortable situación del vencedor y una vez finalizada la guerra, la actitud de los perdedores. Ya se sabe que “la historia la escriben los vencedores” pero es justo ponerse en el lugar del otro, en las circunstancias existentes en aquel momento, para ver las cosas desde un punto de vista más imparcial. Se ha escrito mucho sobre la pretendida culpabilidad conjunta del pueblo alemán en el auge de los nazis en el Tercer Reich, pero habría que estar allí, en aquel instante, día a día, conviviendo con tus vecinos y familiares, compartiendo sus gravísimos problemas para llevar alimentos a casa – la hiperinflación y el paro laboral que Alemania experimentó durante la república de Weimar y los años posteriores no tiene parangón en la historia europea moderna – sufriendo la inseguridad ciudadana y la espiral de violencia callejera, para ser capaz de “elegir bando”, o sea, de decidir si apoyar, o simplemente mirar hacia otro lado, las acciones de los nazis – obviamente, la mayoría de los alemanes no tenían forma de conocer la existencia de los campos de concentración – y sus políticas expansionistas, impulsadas por una eficaz máquina de propaganda que martilleaba, una y otra vez, las mentes de los alemanes con mensajes relativos a la injusticia de las reparaciones de guerra exigidas por los aliados tras el desastre humano y económico de la I guerra mundial, contrastando con políticas de desarrollo industrial, estabilidad monetaria y creación de empleo– basado mayormente en el rearme del ejército alemán.

Asimismo, habría que tener en cuenta la presión ejercida por el conjunto de la población, incluyendo a familiares y allegados, deseosa de recibir mensajes optimistas – reducción del paro, revalorización del Reichsmark, rechazo al pago de injustas reparaciones de guerra, recuperación del orgullo nacional y de los territorios ocupados -  sobre aquellos que mostraran dudas con respecto a la justicia de las acciones de los nazis quienes, no lo olvidemos, ejercían el gobierno legalmente constituído mediante las urnas, aunque hoy tildemos aquellas elecciones de fraudulentas y/o manipuladas.

Antes de juzgar cualquier acontecimiento histórico a posteriori y desde la barrera, ¿no sería conveniente tratar de ponerse “en los zapatos del otro”? Posiblemente nuestro punto de vista sería mucho más ponderado y, quién sabe, serviría de lección para el futuro, ya que nadie puede estar seguro de cómo juzgará la historia, desde la atalaya ventajosa que supone el tiempo transcurrido, ninguna de las decisiones que, hoy por hoy, consideramos impecables.

Carlos A. Bacigalupe


No hay comentarios:

Publicar un comentario